Explicándolo a grosso modo parece que la mayoría tenemos claro que tener un buen ambiente laboral nos hace más felices, ser más feliz hace que estemos más implicados con la empresa, lo que nos lleva a ser más productivos y a la empresa a obtener más beneficios. Todos ganamos.
A pesar del título de este artículo, no estamos aquí para discutir -o repetir una vez más- los beneficios de trabajar en un lugar donde nos sintamos a gusto. Como recurso humano / persona / buscadora de felicidad que soy, tengo claro que quiero trabajar en un sitio donde además de sentirme realizada profesionalmente, me aporte un plus en lo personal. Nuestros compañeros de trabajo son, probablemente, las personas con las que más horas estamos en contacto, y tener una buena relación con ellos implica directamente que nuestra vida sea más fácil. Pero, ¿qué pasa cuando el buen rollo enmascara una situación laboral que está lejos de ser realmente óptima?
Imaginemos que trabajamos en un lugar del que nos sentimos parte, con compañeros con los que tenemos una relación estrecha, a algunos les consideramos realmente amigos, bromeamos, les contamos nuestras confidencias, quedamos fuera del horario laboral. Trabajar con ellos es fácil, es divertido. Incluso tenemos jefes que son cercanos, son uno más del equipo.
Imaginemos que un día nos llega uno de esos maravillosos marrones de última hora con los que todos tenemos que lidiar de vez en cuando. Nos quejamos un poco, pero no pasa nada, buen rollo ante todo. Nos quedamos unas horas más de las que nos corresponden, incluso termina resultando entretenido porque varios de los compañeros están en la misma situación así que nos lo tomamos con filosofía. Y ya que se ha hecho tarde y estamos hechos polvo vamos a tomarnos unas «cervecillas» al bar de enfrente y así desconectamos.
Hemos puesto esfuerzo y tiempo extra, hemos dejado de ver a familiares o amigos, hemos sacrificado descanso, ocio u obligaciones y lo hemos hecho de buen grado porque somos un equipo y a los compañeros no se les deja tirados.
Pero imaginemos también que este marrón no es puntual. Resulta que casi todos los días pasa algo, que siempre hay algún informe o algún proyecto que entregar “para ayer”. Y resulta que nuestro esfuerzo, tiempo y sacrificio extra se normaliza. Y de repente nos encontramos en una situación en la que el día que salimos a la hora que nos corresponde nos sentimos culpables, pero no hacia la empresa, sentimos que estamos fallando a nuestros compañeros que se quedan trabajando. Estamos fallando al equipo.
La implicación y la lealtad con el equipo es fundamental, pero ¿y si todo el buen rollo que tenemos con ellos maquilla el hecho de que hay una mala gestión? ¿Y si maquilla también la poca competencia de algunos? ¿Cuánto pesa un buen ambiente en nuestra balanza si en el otro lado hay precariedad laboral? ¿Hasta cuándo es sostenible? Quizás la respuesta sea “hasta que llega una pandemia mundial”.
De repente estamos confinados, y si tenemos la buena suerte de poder teletrabajar seguimos trabajando, seguimos teniendo nuestro sueldo, pero hemos perdido el contacto directo con las personas que nos hacían más llevadero el día a día. Ya no tenemos los cafés con los compañeros, las bromas por encima de la pantalla del ordenador, las copas afterwork. . . pero los marrones siguen llegando. Y nos hemos desmaquillado. Quedan al descubierto las imperfecciones de una gestión que se mantenía por fidelidad a un equipo que ahora está separado y que se pueden agravar si la comunicación después casi tres meses de trabajar desde casa no es fluida.
El teletrabajo con sus pros y sus contras es, para la mayoría, una situación nueva que implica enfrentarse a cosas nuevas y no son pocas las personas que me han comentado que están encontrando carencias en la gestión de sus empresas a raíz de dejar de trabajar de manera presencial. También son varios los comentarios que me llegan observando que empiezan a sentir descontento en los trabajadores, peor ambiente y peor trato los unos con los otros. Por supuesto no podemos achacar únicamente este descontento a la falta de contacto y no podemos obviar la situación general en la que el miedo, la inseguridad económica, la crispación política y todos los factores coyunturales que hacen que el ánimo caiga y nos hacen más irascibles. Pero sí que la mayoría coincide en que la complicidad de sus equipos se está viendo resentida.
Para mi es muy importante tener un buen equilibro en mi “balanza” laboral. Tener un buen ambiente es fundamental porque sé por experiencia propia que ir la oficina puede volverse una pesadilla, pero no por eso debemos olvidar otros factores como la calidad de los proyectos, el sueldo o la conciliación. Aunque el total confinamiento ha finalizado, en esta nueva realidad, el distanciamiento social que se ha implantado y que ha llegado por ahora para quedarse a través de la potenciación del teletrabajo, debe provocar que las carencias de gestión ya no encubiertas por ese buenrollismo, sean corregidas. Tenemos una oportunidad que no debemos dejar escapar.
Y para ti, ¿qué pesa más en tu balanza? ¿Cómo crees que los profesionales de Recursos Humanos / Personas / Felicidad pueden contribuir a equilibrarla?